El gobierno les permitió marchar; marcharon, armaron un desorden y se envalentonaron, para luego pedir otra marcha y, esta vez, agredir a los herederos de la gesta de 1965, porque simplemente se creyeron con poder para decidir quién puede o no caminar por las calles de Santo Domingo.

La Antigua Orden se excedió, mientras Luis Abinader, apurado por un contexto complejo sobre Haití, era «llamado» por el canciller del imperio para tratar varios temas que desembocaron, seguramente, en una reunión con los ex-presidentes.
Quince fueron las medidas del presidente para abordar el llamado tema haitiano: algunas recicladas y otras rozando lo inhumano, justificadas por «ultras», pero que permitieron que la «haitianización» de los hospitales, especialmente el problema de las parturientas, que había hecho metástasis, al menos por ahora se acabaría.
La realidad es que el tema de «esas mujeres» ha sido durante mucho tiempo un negocio: las traen desde Haití pagando, dan a luz y se las llevan. Ni ellas ni los niños se quedaban, pero gastaban insumos en los hospitales públicos del país y terminaban afectando a las que sí están en el territorio nacional, trabajando, legales o ilegales.
A la vez, protestar no sirve de mucho durante un tiempo prudente, pues, objetivamente, no se pueden sustituir ni a los constructores ilegales ni a los que siembran, ya que el país no se puede parar. Nadie, sobre todo los marchantes, iría a poner bloques ni a trabajar en el campo desde las 5 de la mañana de lunes a domingo. Eso, objetivamente, hay que abordarlo como lo que es: un tema complejo, más allá de marchas y de lo insoportable que es para un país ser ocupado por ilegales sin control.
Es posible que la Antigua Orden obedeciera a una presión de grupos de poder con ambiciones políticas, apostando a la incapacidad del presidente para tomar medidas enérgicas. Ahora, esa «organización» se ve vieja, desfasada, incapaz de seguir criticando porque el gobierno hace lo que tiene que hacer; incluso, se prepara para lo peor: una posible guerra civil en el país vecino con un éxodo masivo hacia la República Dominicana, que funcionaría como país de «refugiados». Aunque esto ocurre en otros conflictos, es posible que la República Dominicana no esté preparada para una situación peor que la actual.
¿Se apostaba a que la Antigua Orden se convirtiera en un fenómeno más allá del show de Friusa? ¿Quién? Por ahora, es posible que no se sepa. Sin embargo, es claro que, mientras la función corría y los actores actuaban, valga la redundancia, los problemas sistémicos internos seguían siendo los mismos. La política, cada vez más insípida y mala, marchaba con tacones y corbatas, y la Antigua Orden se ponía vieja porque Luis les «robó su agenda» y la hizo suya, colocando marcos de legalidad, al menos, intentándolo.

